Volar en la era del plástico

Pardela atlántica ‘Calonectris borealis’. Foto: Gustavo Tejera

Los científicos han encontrado desechos plásticos en el 90 % de las aves marinas estudiadas hasta ahora.

Por Cintia Hernández Sánchez *

No debe ser fácil ser un ave en la era del plástico. Sin duda, es uno de los grupos de animales más afectados por nuestro modo de consumo de usar y tirar y, aunque sea duro de escuchar, los científicos han encontrado desechos plásticos en el 90% de las aves marinas estudiadas hasta ahora. ¡El 90 %! Solemos pensar que esta cifra se da en otros países menos desarrollados donde se tira mucha basura al mar, pero la realidad es que miembros del Grupo de Ornitología e Historia Natural de las Islas Canarias ya detectaron en 2012 desechos plásticos en la reina de nuestros mares canarios: la pardela cenicienta. Y encontraron desde pequeños trozos fragmentados procedentes de otros más grandes a nailon de pesca, trozos de diferentes envoltorios e incluso de vasos plásticos, probablemente de un cubata de alguna fiesta de un pueblo costero de aquí, o de allá, o no se sabe de dónde, porque el mar no entiende de fronteras.

Y vuelve a entrar la cifra en mi cabeza, porque la verdad es que un 90% es mucho y me hace pensar si las aves están poco evolucionadas para no diferenciar lo que es plástico de lo que no. A lo mejor, la teoría de la evolución de los “pinzones de Darwin” se ha quedado en stand by en la actual era del plástico. ¡Quién sabe! Pero como todo lo que ocurre en la naturaleza, tiene una explicación, que no es sencilla, porque entran en juego el ser humano y otras muchas variables.

Una de las causas de esta elevada cifra es que buena parte del plástico flota y puede permanecer a la deriva durante años. Todo este tiempo en el mar sirve para que los microorganismos colonicen este material, encontrando un lugar ideal para crecer. Nosotros no lo vemos, pero un plástico en el mar es para los microorganismos como un cartel que pone: “Oportunidad de colonización, muévete de forma fácil y gratuita por todo el océano”. De hecho, se forma una comunidad tan estable envolviendo la superficie de algunos plásticos que los científicos le han dado hasta un nombre: la plastisfera.

La vida en la plastisfera libera un compuesto químico llamado sulfuro de dimetilo, que es el que hace que el mar huela a mar, ese olor que todos los isleños reconocemos, pero también las aves marinas. Además, a ellas les sirve para identificar los lugares ricos en fitoplancton y, por tanto, también en peces, su alimento favorito. Pero hay un añadido al menú: el plástico. Supongo que será algo así como cuando vas a la playa con viento y te terminas comiendo el bocata con arena. Realmente no quieres, pero es lo que hay, y si el hambre aprieta, no queda otra.

La ingesta continuada de plásticos por parte de las aves marinas produce graves problemas de salud para estas poblaciones: obstrucciones intestinales, mala absorción de alimentos, muerte por inanición por falsa sensación de saciedad, perforaciones intestinales, shock, muerte… Todo eso en poblaciones ya de por sí mermadas, lo cual las lleva en muchos casos a una irremediable extinción.

No siempre el 90% de las aves marinas tuvieron algún resto de plástico en el organismo. En los años 60, era menor del 5%. Y ya en los años 80, este valor escaló hasta un 80% para seguir ascendiendo hasta la cifra actual. La comunidad científica ha demostrado que aquellos lugares que reciben más plásticos presentan más aves afectadas por este problema, y esto es lo que ocurre en las remotas islas Midway, en el Pacífico, donde la deriva de plásticos es muy elevada, llegando a tal punto que allí los albatros alimentan a sus polluelos con trozos de plástico que confunden con alimento. En el documental ‘Albatross’, disponible gratuitamente en la plataforma Vimeo, el fotógrafo Chris Jordan nos acerca a esta dura realidad y nos hace plantearnos la necesidad de integrar de manera inmediata una economía circular, reduciendo nuestro consumo insostenible de plásticos.

Y me vuelve a rondar la cifra en la cabeza y ahora pienso en que es una pena lo que les ocurre a las aves, a los peces, a los cetáceos, a los equinodermos, a los crustáceos…al mar, nuestro mar… porque no son el mar ni sus habitantes los que usan esa bolsa, ese envoltorio, ese nailon, esa cuchara, ese mechero, ese vaso de cubata…. no son ellos los que se han subido a la “economía lineal”. Ellos, en su ecosistema, siempre han convivido en una economía circular; hasta el tiburón más feroz cuida a su pez rémora para no “dejar residuos”. Es una pena que no entren a formar parte de la participación ciudadana para proponer soluciones a sus propios problemas generados por otros. La salud del ecosistema pende de un hilo muy fino, y la salud ambiental al final nos afecta a todos. Porque todos los ecosistemas están interrelacionados y el mar es un ecosistema vital para nuestra continuidad en el planeta.

*Profesora Ayudante Doctor Área de Medicina Preventiva y Salud Pública. Grupo de Química Analítica Aplicada (AChem)


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