Cada año se vierte una media de entre 8 y 12 millones de toneladas de plástico a los océanos, de los que un porcentaje importante son bolsas
*Por Javier Hernández Borges
En la vida hay momentos en los que, incluso dentro de esa vorágine diaria de tareas que consumen nuestro tiempo, nos paramos a pensar y nos damos cuenta que quizás muchas cosas que nos suceden a menudo, pasan demasiado desapercibidas… Pensando en escribir este artículo como parte del “Día internacional libre de bolsas de plástico”, un día en el que se pretende reivindicar la necesidad de reducir las bolsas plásticas de un solo uso y fomentar su consumo responsable, me viene a la mente que durante toda mi vida he visto como algo más que normal, ir a la compra y que siempre me dieran una bolsa de plástico. Recuerdo incluso que mi abuela me decía que fuera a “la recova” de Arrecife con una talega de algodón que ella misma había hecho (se había dedicado muchos años a la costura) y contestarle: “¡Abuela! ¡Pero si me dan bolsa! ¡No hace falta la talega!”. Hemos racionalizado durante tantos años este hecho, lo hemos visto tan normal, que no nos hemos dado ni cuenta del daño que eso ha supuesto (y que está suponiendo) hasta hace muy poco.
Las bolsas de plástico se crearon en Suecia en 1965. Concretamente, las patentó una empresa llamada Celloplast. Eran de polietileno, un polímero extremadamente ligero, moldeable, que hoy en día constituye, junto con el polipropileno, el plástico más producido a nivel mundial. Pronto las bolsas de plástico ocuparon los mercados internacionales. Eran toda una revelación: extremadamente baratas, resistentes, flexibles, impermeables, de colores… En Europa, ya en 1979 el 80% de los supermercados las ofrecían gratuitamente, y en 1990 ya estaban en todo el mundo. Habían sustituido por completo a esas talegas de algodón como la que tenían nuestras abuelas. ¡Y no es que estas tuvieran muchas, pero las que tenían las habían cosido tan a conciencia, que podrían soportar esas compras tan grandes que hacemos con frecuencia!
Hoy en día se producen varios billones de bolsas de plástico al año, a pesar de que su uso está restringido en muchos países o que se cobra por ello. En España, el Real Decreto 293/2018 prohibió entregar bolsas gratuitas a excepción de aquellas con un cierto porcentaje de plástico reciclado. Muchos de nosotros nos quejamos en su día de esto, no veíamos razón alguna para hacerlo… Dicho Real Decreto contemplaba también otras medidas, entre las que destacaba la prohibición de entregar bolsas ligeras o muy ligeras a partir de enero de 2021, excepto si son compostables. Y es que se calcula que una persona gasta más de 230 bolsas de plástico al año, y teniendo en cuenta que en la actualidad somos cerca de 7.900 millones de personas en el mundo… ¡hagan la cuenta!
El principal problema de las bolsas plásticas es que son extremadamente ligeras y escapan fácilmente a su recogida por la acción del viento que, por suave que sea, puede hacer que se transporten grandes distancias. Si no, pensemos en la reciente pandemia, en cómo veíamos volando en los aparcamientos de los supermercados muchísimos guantes de plástico fino que habíamos usado durante la compra. Lo mismo sucede con las bolsas. En las zonas próximas a los vertederos, están llegando de manera continua. A los océanos, cada año se vierten entre 8 y 12 millones de toneladas de plástico de los que un porcentaje importante son bolsas que pueden tener un impacto directo en los organismos. Es más que sabido que las tortugas marinas las confunden con medusas, que su ingesta puede obstruir el tracto gastrointestinal de un animal, producir una falsa sensación de saciedad y hacer que mueran de inanición. ¡No es una broma! Ojalá todos y cada uno de nosotros pudiéramos ver lo que se encuentra todos los meses el Centro de Recuperación de Fauna Silvestre de La Tahonilla en La Laguna: tortugas repletas y enredadas en plásticos.
Aunque hemos avanzado mucho y se ha reducido de manera notable el consumo de bolsas de plástico, estamos muy lejos de eliminarlas totalmente, probablemente por la falta de medidas más restrictivas, suficientemente valientes que antepongan el medio ambiente a la economía y, por otra, por nuestra propia forma de actuar, que en muchos casos puede haber estado condicionada por cómo hemos hecho las cosas durante toda nuestra vista, por cómo hemos nacido, crecido y envejecido con el plástico en nuestro día a día, y por cómo pensamos que podemos seguir haciendo las cosas incluso si nos dan un “nuevo plástico” que sea biodegradable. La solución al problema del plástico no es sencilla… Si pudiéramos preguntar a nuestras abuelas -¡si yo pudiera preguntarle a la mía!- estoy seguro de que dirían que empezáramos… por llevar la talega.
*Javier Hernández Borges, Profesor Titular de Química Analítica y coordinador del Grupo de Química Analítica Aplicada (AChem) de la Universidad de La Laguna